Cuarentena revivió drama de migrantes en Urabá.

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Cuando salió de Haití como migrante irregular, Pedro* sabía que era muy probable que se enfrentara a coyotes, extorsiones, mal clima, falta de comida y autoridades que podrían deportarlos. Pero ni en la más remota de sus pesadillas estaba que una pandemia los dejara varados en un pueblo del Urabá antioqueño, a mitad del camino entre su casa y el futuro desconocido que buscaba.

El 20 de marzo de 2020, cuando se decretó la cuarentena por la vida en Antioquia, las calles de Necoclí quedaron desiertas y en un rincón de la playa él y otros migrantes se juntaron para no sentirse solos. Ese día, cuenta, se esfumaron los sueños de tomar una lancha hasta Capurganá, que les permitiera seguir caminando hasta Panamá y todo Centroamérica.

Las lanchas empezaron a escasear 18 días antes, cuando el Consejo Comunitario Cocomanorte (autoridad afro en Capurganá) cerró su muelle y el paso por sus caminos, ante el temor de que algún extranjero llegara con el temible virus del que se hablaba en las noticias. Emigdio Pertuz, vocero de la comunidad, contó que la decisión se tomó porque no había ninguna autoridad vigilando quién o en qué condiciones llegaba hasta ese corregimiento que hace más de dos décadas aprendió a vivir con personas que van de paso y casi nunca hablan español.

¿Problema de quién?
De nada valieron las cartas que Jorge Tobón Castro, alcalde de Necoclí, envió a la Gobernación de Chocó y a la Alcaldía de Acandí para pedir que dejaran seguir a los migrantes. Ninguna lancha con pasajeros volvió a zarpar.
En Necoclí la gente se empezó a quejar: mientras el pueblo cumplía el aislamiento preventivo obligatorio decretado por el Gobierno Nacional, cientos de migrantes vagaban por las calles buscando comida o transporte a Panamá.

El problema se hizo tan grande que la Alcaldía tuvo que elevar consultas a la Cancillería, Migración Colombia, la ONU y otras entidades para saber qué hacer.

“El Ministerio de Salud nos dijo que podíamos atender a esas personas como población en situación de calle, porque no tienen donde vivir. Ellos tenían que estar confinados y no lo iban a hacer si no tenían las necesidades básicas satisfechas”, contó el alcalde Tobón.

Por eso el 24 de marzo Tobón firmó el contrato con la Fundación Brisa y Mar para atender a esta población y, por primera vez, se dimensionó la crisis humanitaria: 294 migrantes estaban varados, entre ellos 67 niños y 10 mujeres embarazadas.

Según el censo, 247 de ellos son haitianos, pero también hay cubanos, chilenos, brasileños, venezolanos, y un grupo de africanos originarios de Congo, Mauritania, Senegal y Camerún.

Todos fueron trasladados al coliseo municipal donde se les entregaron carpas, elementos de aseo y se repartieron 50 ventiladores para mitigar el calor. “Sabemos que están hacinados, que no se cumple el distanciamiento social, pero no tenemos más espacios ni recursos para trasladarlos. La situación desbordó nuestra capacidad”, confesó el alcalde.

Sin recursos
El problema es que la cuarentena se extendió y el pasado 27 de abril se venció el contrato. Janna Vásquez, coordinadora del albergue, explicó que la Fundación asumió el pago de las seis manipuladoras de alimentos que cocinan a diario, y que ella y otros dos funcionarios siguieron trabajando como labor humanitaria. “La Gobernación nos envió 295 mercados y con eso tenemos asegurados ocho días de alimentación. Estamos recogiendo ayudas de Acnur, Ejército y empresarios porque no podemos dejarlos así”, dijo.

Además, enviaron solicitudes al Icbf para buscar opciones educativas para los niños en caso de que el aislamiento se prolongue, y asistencia para las maternas pues hay una que dará a luz en unas cuatro semanas. “Ellos no quieren que sus hijos nazcan aquí, pero no hay alternativas”, dijo.

Janna y su equipo han sorteado toda clase de problemas: al segundo día de estadía el alcantarillado colapsó y cada semana deben hacerle alguna intervención adicional porque no está diseñado para tanta gente, tuvieron que conseguir instructores de gimnasia para poder eliminar el fútbol (deporte de contacto), y un video beam prestado para poder entretener a la gente en las noches.

La buena noticia —dice el alcalde— es que ni en el albergue ni en el pueblo ha habido brotes de coronavirus, al menos hasta ahora .

Vía: El Colombiano.

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