La verdad del Riosuceño Marino Córdoba.

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Este sobreviviente de la Operación Génesis, ejecutada por paramilitares y militares, se convirtió en uno de los líderes afro más importantes del país. Incluso en el exilió logró posicionar su lucha por los derechos humanos.
El sonido de los helicópteros lo sacó de su casa a las 5:00 a.m. A Riosucio (Chocó) escasamente llegaba la Policía o el Ejército en lanchas o en carros desbaratados, así que le pareció extraño escuchar tanto ruido, sobre todo a esa hora. Corrió hasta la entrada, alzó la mirada y un vacío se apoderó de su estómago. Dice que lo sigue sintiendo hoy, cuando cuenta su historia, aunque eso haya sucedido en diciembre de 1996.

Los helicópteros no llegaron solos. Decenas de lanchas, con símbolos de las Fuerzas Militares, se acercaron a la orilla del río. No sólo Marino salió a la calle, la gente del pueblo, movida por la incertidumbre, salió estrujándose los ojos por el sueño interrumpido.

De las lanchas se bajaron varios hombres vestidos de camuflados. No era un uniforme conocido, así que el miedo subió el volumen del murmullo. Marino Córdoba, que en ese momento era el representante de la Asociación Campesina del Bajo Atrato (OCABA), recordó el rumor de que los paramilitares se tomarían el pueblo. Pero no quería alarmar hasta estar seguro, pues estaba confiado en lo que le había dicho el anterior comandante de Policía: “Mientras estemos aquí, no entra nadie”.

Pero el Estado incumplió una vez más. Sí eran ellos y en cuestión de horas se llevaron a la selva personas que tildaban de guerrilleros o ayudantes de la guerrilla. Con el pueblo tomado por los paramilitares no tenía otra opción que huir. Lo tenían en la mira por sus luchas por la propiedad colectiva de las tierras del Bajo Atrato y la defensa de los derechos humanos.

Se puso los zapatos, llamó a uno de sus 19 hermanos y juntos tomaron una lancha hacia una travesía que, advierte, hoy no ha parado: “En la vida uno puede escoger muchas cosas: la persona con la que te casas, el lugar donde quieres vivir, la ropa que te pones, lo que quieres estudiar. Pero hay otras que el destino te pone en el camino. Y aunque te rehúses a ellas, debes asumirlas. Eso me pasó con esta huida, pero también con el liderazgo social”.

Sobrevivir para contarla.

Marino Córdoba no cree que la genética esté por encima del ejemplo. Por eso asegura que ser un líder social fue un deseo que nació después de ver cómo su padre se desenvolvía como líder comunitario de en Tamboral, una vereda de Riosucio. Pero no sólo era el modelo de su padre. Desde pequeño vio cómo su comunidad se juntaba para discutir los problemas que los aquejaban y cómo se las ingeniaban para buscar salidas en un lugar donde no había servicios públicos y cuyo colegio más cercano quedaba a cinco horas en lancha.

Llegó la juventud y mientras todos bailaban en el festín de las hormonas, a él le tocó sentarse en una oficina por culpa de un trabajo que le ofreció el alcalde de su pueblo y que su padre aceptó por él: inspector de policía. Ahí entendió que lo suyo era solucionar los problemas de los demás. Construyó su camino sin muchas pretensiones y en menos de una década fue el representante de la Asociación Campesina del Bajo Atrato (OCABA).

“Con OCABA logramos dar un paso histórico: no sólo participamos en la construcción de la Constitución de 1991, sino que también conseguimos que se aprobar la ley 70 de 1993, la verdadera Constitución de las comunidades afros”, dice con una voz que se apaga lentamente con la nostalgia.

Esta ley reconoce a las comunidades negras de las zonas rurales ribereñas de los ríos de la Cuenca del Pacífico como dueñas y señoras de las tierras baldías. La propiedad de la tierra era un reclamo de estas poblaciones que se planteó antes de la abolición de la esclavitud y fue reconocida, después de mucho trabajo, hasta la década de los noventa.
Aunque la ley se sanción en 1993, sólo hasta 1996 Riosucio adquirió su primer título de propiedad.
— Recuerdo que fue el 13 de diciembre 1996. Recuerdo perfectamente esa alegría. No sabe cómo celebró la gente. Ese día hubo comida, baile, fiesta. Era nuestro mayor logro.

—¡Pues si aún recuerda la fecha, me imagino la fiesta! —le contestó.

— No. Aunque fue un gran día, la fiesta la recuerdo porque fue justo siete días antes de la Operación Génesis, que incluyó la toma paramilitar y militar en Riosucio — su sonrisa se confunde con un negro telón.

¿Recuerdan la huida de la lancha? Marino y su hermano viajaron durante un mes por el río Atrato. Con una muda de ropa, quedándose a dormir en casa de personas que arriesgaban su vida por hospedarlos y viajando de noche, logró llegar hasta Quibdó. No recuerda detalles. O prefiere reservárselos. La minucia la prefiere para la victoria.

Se enteraron de lo que sucedió en Riosucio después de un largo tiempo. Marino supo muchos años después que la toma se llamó Operación Génesis y fue ejecutada por los paramilitares junto con la Brigada 17 del Ejército, con sede en Carepa (Antioquia), bajo el mando del entonces general Rito Alejo Del Río Rojas.

Muchos años después, se enteró de que el objetivo era atacar las posiciones del Frente 57 de las Farc en los caños Salaquí, Cacarica, Truandó y Perancho, aunque este argumento aún no lo convence del todo. Pero lo que más le dolió enterarse, también muchos, muchos años después, fueron los números de la tragedia: 86 muertos y desaparecidos y más de 20.000 personas desplazadas. Las tierras, por las que tanto lucharon, quedaron vacías.

El camino hacia la verdad

No tiene idea de cómo se salvó de la Operación Génesis, hecho que la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) condenó al Estado colombiano en 2013. Tampoco de cómo sobrevivió a los dos atentados de los que fue víctima en Bogotá, la ciudad que lo acogió después de la travesía por el río. Marino recuerda que se dedicó a trabajar en los barrios de las localidades más pobres, donde llegaba la comunidad afro desplazada, como Ciudad Bolívar, junto a una de las primeras congresistas afro Zulia Mena.

Con el apoyo de su gente, logró construir otro de sus grandes orgullos: la Asociación Nacional de Afrocolombianos Desplazados (AFRODES). Allí siguió su labor de defender los derechos humanos hasta que la situación se volvió insostenible.

En el momento de la crisis, cuando todos le decían que buscara ayuda por las constantes amenazas, unos asesores del congresista norteamericano John Conyers, quienes estuvieron de visita en Colombia a comienzos de siglo, conocieron su caso y le tendieron la mano. En menos de lo que dura un jalón, Marino estaba en Washington. Allí duró 11 años. Más de una década con una vida tranquila, sin escoltas, asumiendo su labor de líder afro en el exilio. Le tocaba lavar platos y hasta administrar negocios de limpieza y, simultáneamente, seguir con su lucha por la vida digna de las comunidades afro del país.

En Estados Unidos se movió por todas las aguas. Llegó incluso a dar un discurso frente a la plenaria del Congressional Black Caucus (CBC), un grupo de parlamentarios de la comunidad negra estadounidense, al que le explicó que el dinero que aportaban para Colombia era destinado a una guerra que acaba con los pueblos afrodescendientes. Tal fue su influencia, que gracias a esa intervención, parte del dinero que Estados Unidos le aportaba a Colombia fue destinado para la ayuda a los grupos étnicos violentados y desplazados.
También trabajó para que en el Tratado de Libre Comercio (TLC) con el país del norte quedara estipulada la importancia de los derechos humanos y la propiedad colectiva de las comunidades negras. El tiempo, incluso, le alcanzó para trabajar en las campañas de Barack Obama como organizador de los sindicatos y grupos latinos.

Marino vivió en Estados Unidos hasta 2012. Volvió a Afrodes. Aunque la vida era más sencilla allá, no podía darle la espalda a las negociaciones en La Habana (Cuba), entre el Gobierno Nacional y la guerrilla extinta de las Farc. Volvió con ganas, aunque con miedo. Volvió decidido a que en ese pacto histórico quedara un capítulo étnico que les devolviera a las comunidades afro e indígenas la dignidad y el respeto que la guerra arrasó. Volvió como miembro de la Comisión Étnica.

“No fue fácil. Recuerdo que uno de los impulsos nos lo dio este periódico. Tengo la portada en mi oficina de un artículo, en el que le pedíamos al presidente Juan Manuel Santos que nos abriera un espacio en la mesa. Gracias a eso y otros motivos, lo logramos”, dice este líder de 54 años.

Otro de los impulsos, sin duda, fueron sus relaciones políticas con los congresistas norteamericanos y con la administración del presidente Barack Obama, quien luego lo invitó al lanzamiento del nuevo Plan Paz Colombia y la terminación del Plan Colombia. Y otro más se debió a Martín Santos, el hijo del expresidente Juan Manuel Santos. “En la Casa Blanca le pedí que nos ayudara. Me preguntó cómo y sólo le respondí que necesitábamos una reunión. Cuando volvimos a Colombia, él creó el espacio”, cuenta Marino.
Hoy sigue trabajando en el país por las luchas de la década de los ochenta: la propiedad colectiva, la igualdad racial, los derechos humanos, la dignidad y la reivindicación de su cultura, y la ayuda a las víctimas de la guerra. Son las mismas, pero eso no quiere decir que no se haya avanzado en estos frentes. Las victorias, dice, han sido trascendentales. Tanto así que han sido aplaudidas en el mundo. Hace un par de semanas se ganó un reconocimiento del Martín Ennals Award, considerado el premio “Nobel” de los Derechos Humanos. Advierte con modestia que no se lo ganó, pero alcanzaron el segundo lugar. Lo cierto es que, apartando al presidente Juan Manuel Santos y su Nobel de Paz, hasta ahora nadie ha alcanzado un premio de esa magnitud en el país.

Aunque todas son igual de importantes en su cabeza, ahora quiere enfocarse en una, que ve como deuda con su pasado. Espera que con la entrada en funcionamiento de la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP) se esclarezca qué sucedió en Riosucio ese diciembre de 1996, por qué Rito Alejo del Río decidió apoyar la toma paramilitar, por qué lo querían matar y dónde están los centenares de desaparecidos.

Antes de despedirnos, Marino invierte las palabras con las que arrancamos nuestra conversación: “Hay que cosas que no eliges, como que te quieran matar, te asesinen a tus familiares, te desplacen hacia un país del que no sabes ni su idioma. Esas debes asumirlas. Pero hay otras que sí eliges y por las que vale la pena seguir en pie: luchar por los tuyos y construir el camino hacia la verdad. Eso lo seguiré eligiendo siempre”.

Vía: El Espectador.

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