En la vía que conecta a Riosucio con Belén de Bajirá, el puente de Padilla se ha convertido en escenario de dos realidades tan distintas como absurdas. Para unos, es una piedra en el zapato que complica el tránsito, encarece los pasajes y pone a prueba la paciencia. Para otros, es el nuevo “punto turístico” donde la rumba, el chapuzón y la música alta han convertido la emergencia en diversión.
La intervención de la carretera avanza, pero este tramo el del puente se ha rezagado. Y ese rezago se siente. Los accidentes no han dejado víctimas mortales, pero sí vehículos averiados y bolsillos vacíos. Los transportadores han tenido que buscar alternativas para seguir operando: los pasajeros deben bajarse antes del puente y cruzar por vía acuática, lo que ha incrementado el valor de los pasajes. Es una medida comprensible ante la situación, pero que termina castigando a los más vulnerables.
Mientras tanto, en la otra orilla del sentido común, hay quienes han decidido tomarse el sitio… literalmente. Con neveras portátiles, parlantes, flotadores y niños en vestido de baño, el puente se ha convertido en una especie de balneario clandestino. Como si el hueco fuera jacuzzi y el lodazal una piscina de hotel. Y aunque la escena puede sacar una sonrisa, no deja de ser preocupante: cada chapuzón remueve más el terreno, deteriora el paso y, en el fondo, prolonga el problema.
Pero no se trata de juzgar al menos no con severidad a quienes buscan alivio en medio del calor y la monotonía. La verdadera reflexión está en otra parte: ¿cómo logramos que todos empujemos hacia el mismo lado? Porque mientras unos claman por soluciones, otros, sin querer, las diluyen entre tragos y carcajadas. Y al final, todos estamos en el mismo bote, o más bien, en la misma canoa.
El puente de Padilla necesita intervención urgente, pero también conciencia ciudadana. No podemos esperar que todo lo arregle la maquinaria si desde la comunidad no se cuida lo poco que queda. La vía se está arreglando, sí, pero si no entendemos que el problema es de todos, la espera se hará más larga.
Tal vez ha llegado la hora de cambiar la rumba por la responsabilidad, el chapuzón por el compromiso. Porque entre el agua al cuello y la fiesta sobre el lodo, lo que verdaderamente urge es una solución que nos permita cruzar sin miedo, sin gastos extra… y sin resbalones innecesarios.
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